Cuando una plataforma se hunde, los de arriba desaparecen entre comunicados y los de abajo recogen la mierda. Bandas, festivales y público pagan la fiesta de otros.
El concurso de acreedores de Wegow no es una simple noticia económica. Es otro episodio más del eterno ciclo: los de arriba la cagan, los de abajo lo pagan. Y esta vez, la hostia ha sido directa al circuito que sostiene la música en directo en este país. No hablamos de festivales con drones ni de artistas de radiofórmula. Hablamos del barro: del rock de calle, de bandas que giran sin red y de festivales que se levantan a pulso, no con Excel.
Wegow ha petado. Lo maquillan con palabras como “reestructuración” o “viabilidad empresarial”, pero los hechos son claros: se han quedado con el dinero de miles de entradas y ni han dado la cara ni han garantizado soluciones. La escena independiente ha tenido que improvisar a la carrera: cambiar de ticketera, asumir gastos, dar explicaciones. Y todo eso mientras siguen girando, currando y cuidando a su gente.
Bandas y organizadores han reaccionado con la dignidad que otros ni entienden: garantizando entradas ya vendidas, abriendo canales propios de venta y manteniendo en pie sus fechas. Todo sin victimismo, sin lloriqueos, sin esconderse tras comunicados ambiguos. Algunos festivales han confirmado cambios en la venta para proteger a su público. Las bandas, por su parte, han hablado claro y sin filtro. Algunas incluso han disparado con nombre y apellidos, dejando claro que no piensan dejarse pisar ni por esta ni por ninguna otra plataforma que juegue con su trabajo.
Y mientras tanto, en el Olimpo de los Mac, los fundadores de Wegow siguen en su nube. Empresarios de apellido largo, herederos del privilegio, que jugaron a ser disruptivos con la cultura ajena. Vendieron modernidad y se marchan dejando impagos, incertidumbre y conciertos tambaleándose. Y lo peor: sin consecuencias reales.
Porque aquí la música no la revientan las bandas, la revientan los de siempre: los de arriba. Los que montan chiringuitos que si salen bien, son casos de éxito, y si salen mal, ya encontrarán otra startup que pilotar con la misma cara. Mientras tanto, los que dan la cara, los que se lo curran, los que viven de la entrada vendida a pulso, esos se quedan con las manos vacías.
Pero si algo ha demostrado esta escena es que no necesita intermediarios para sobrevivir. Necesita respeto. Y mientras no lo tengan, seguirán haciéndolo como siempre: desde la autogestión, desde la honestidad y desde la lealtad a su público.
Porque una cosa está clara: el negocio puede hundirse, pero el rock no entra en concurso de acreedores. Nunca.